Las
cuatro faldas
ay una mirilla; y el ojo de mi enfermero es de ese color castaño
que no puede penetrar en mí, de ojos azules. Pues sí: soy huésped de un
sanatorio. Mi enfermero me observa, casi no me quita la vista de encima; porque
en la puerta.Por eso mi enfermero no puede ser mi enemigo. Le he cobrado
afecto; cuando entra en mi cuarto, le cuento al mirón de detrás de la puerta
anécdotas de mi vida, para que a pesar de la mirilla me vaya conociendo. El
buen hombre parece apreciar mis relatos, pues apenas acabo de soltarle algún
embuste, él, para darse a su vez a conocer, me muestra su última creación de
cordel anudado. Que sea o no un artista, eso es aparte. Pero pienso que una
exposición de sus obras encontraría buena acogida en la prensa, y hasta le
atraería algún comprador. Anuda los cordeles que recoge y desenreda después de
las horas de visita en los cuartos de sus pacientes; hace con ellos unas
figuras horripilantes y cartilaginosas, las sumerge luego en yeso, deja que se
solidifiquen y las atraviesa con agujas de tejer que clava a unas peanas de
madera.Con frecuencia le tienta la idea de colorear sus obras. Pero yo
trato de disuadirlo: le muestro mi cama metálica esmaltada en blanco y lo
invito a imaginársela pintarrajeada en varios colores. Horrorizado, se lleva
sus manos de enfermero a la cabeza, trata de imprimir a su rostro algo rígido
la expresión de todos los pavores reunidos, y abandona sus proyectos colorísticos.
Mi cama metálica esmaltada en blanco sirve así de término de
comparación. Y para mí es todavía más: mi cama es la meta finalmente alcanzada,
es mi consuelo, y hasta podría ser mi credo si la dirección del establecimiento
consintiera en hacerle algunos cambios: quisiera que le subieran un poco más la
barandilla, para evitar definitivamente que nadie se me acerque demasiado.
Una vez por semana, el día de visita viene a interrumpir el
silencio que tejo entre los barrotes de metal blanco. Vienen entonces los que
se empeñan en salvarme, los que encuentran divertido quererme, los que en mí
quisieran apreciarse, restarse y conocerse a sí mismos. Tan ciegos, nerviosos y
mal educados que son. Con sus tijeras de uñas raspan los barrotes esmaltados en
blanco de mi cama, con sus bolígrafos o con sus lapiceros azules garrapatean en
el esmalte unos indecentes monigotes alargados. Cada vez que con su ¡hola!
atronador irrumpe en el cuarto, mi abogado planta invariablemente su sombrero
de nylon en el poste izquierdo del pie de mi cama. Mientras dura su visita —y
los abogados tienen siempre mucho que contar— este acto de violencia me priva
de mi equilibrio y mi serenidad.
Luego
de haber depositado sus regalos sobre la mesita de noche tapizada de tela
blanca encerada, debajo de la acuarela de las anémonas, luego de haber logrado
exponerme en detalle sus proyectos de salvación, presentes o futuros, y de
haberme convencido a mí, al que infatigablemente se empeñan en salvar, del
tados
en blanco de mi cama, con sus bolígrafos o con sus lapiceros azules garrapatean
en el esmalte unos indecentes monigotes alargados. Cada vez que con su ¡hola!
atronador irrumpe en el cuarto, mi abogado planta invariablemente su sombrero
de nylon en el poste izquierdo del pie de mi cama. Mientras dura su visita —y
los abogados tienen siempre mucho que contar— este acto de violencia me priva
de mi equilibrio y mi serenidad.
Luego de haber depositado sus regalos sobre la mesita de noche
tapizada de tela blanca encerada, debajo de la acuarela de las anémonas, luego
de haber logrado exponerme en detalle sus proyectos de salvación, presentes o
futuros, y de haberme convencido a mí, al que infatigablemente se empeñan en
salvar, del elevado nivel de su amor al prójimo, mis visitantes acaban por
contentarse de nuevo con su propia existencia y se van. Entonces entra mi
enfermero para airear el cuarto y recoger los cordeles con que venían atados
los paquetes. A menudo, después de ventilar, aún halla la manera, sentado junto
a mi cama y desenredando cordeles, de quedarse y derramar un silencio tan
prolongado, que acabo por confundir a Bruno con el silencio y al silencio con
Bruno.